Número 72, calle Zozobra. Séptima parte

Nina dio la voz de alarma, y los que aún no estaban en el cobertizo subieron, dejando la cantina vacía –¡Sube con nosotros! –gritó Fi, bajando para auxiliar a su amiga, Dinorah la tuvo que empujar tres veces en sepulcral silencio, Johannes y Paulo le gritaban desde arriba para que se apresurara. Confundida, Fi miró por de frente y por última vez a Dinorah, comprendiendo lo que había sucedido, hundió la cara entre sus manos, negando con la cabeza mientras lloraba, con delicada indignación, se dio la vuelta y subió a la nave. Los guardias ya estaban adentro, entraron tras sus perros de dos cabezas que olfateaban desesperados, Dinorah permaneció sentada en el piso, junto a la ventana, con los ojos abiertos pero como inconsciente. Adentro de la nave, al momento del despegue, Pietro se dio cuenta de que habían olvidado en algún lugar de la casa el control que abría la compuerta del techo. –¡No importa! –Les dijo a todos– ¡Podemos despegar así y romper el metal con la nave! –¡No se puede! –Exclamó Johannes– la compuerta es indestructible y… –A mí no me vienes a decir qué no puedo hacer, Johannes –Respondió Pietro, dejando los controles con furia– ¡Los guardianes están abajo, ya cállense! –Dijo Fi, la respiración de todos se contuvo en ese momento– yo iré por el control –Johannes detuvo a su joven mujer, hasta que se escuchó la voz de una niña que estaba entre los 39 –Julio fue por el control, me dijo, diles que despeguen, y pues, él ya sabía que esto iba a pasar, ¡ah! y dijo que ya no peleen, que se quieran… o algo así.

Abajo, en la cantina, Dinorah observó como Julio corría hasta donde estaba el control para tomarlo, también vio como los perros de dos cabezas se lanzaron sobre él mientras oprimía el botón rojo, rojo como la sangre que comenzó a brotar de sus venas desgarradas por los perros.

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