Número 72, calle Zozobra. Cuarta parte

–Sanos días señorita Dinorah –Dijo el hombre, con una voz cavernosa– ha tomado usted la decisión correcta, ¿por qué correcta? Sencillo, porque así no nos obliga a quitarle la vida –Rió perversamente engullendo chocolates, mientras Dinorah esperaba las instrucciones. El guardia colocó frente a ella un dispositivo verde del tamaño de un iolk, parecido a una mosca, pero mucho más pequeño– Usted se colocará este bio-rastreador en los labios, para después besar al insurrecto, béselo muy cerca de la oreja, así le será más fácil a nuestro sistema trasladarse hasta su oído, de ahí, en cuestión de segundos ingresará al cerebro de ese ser inhumano, y así podremos localizarlo y llegar a aniquilarlo en cinco minutos, en caso de que no llegáramos a capturarlo, le entrego este control para que usted misma haga estallar la bomba del bio-rastreador cuando todos estén despegando. Cerciórese de que el bio-rastreador no se quede en sus labios mujer, porque de ser así, se instalaría en su cerebro entrando por la nariz, y la haría caer en un estado psicótico del que sólo la muerte podría sacarla, y por último le repito, este pequeño instrumento, también es explosivo. –Debemos hacerlo hoy mismo –Dijo asustada– Muy bien, hoy mismo será –respondió el guardián con una sonrisa gelatinosa, en forma de V– no podemos andarnos con tardanzas. La veré en unas horas, ahora ¡lárguese! –Exclamó levantando su cobriza mano, señalando el túnel de salida– Pero… –suspiró Dinorah, tímida y confundida– necesito mi… –El hombre la miró con desprecio, la tomó salvajemente por el brazo derecho y aplicó un inyector para chip de crédito en la temblorosa y maltratada mano– Nosotros, la raza evolucionada, sí sabemos qué es la fidelidad y hacer que nuestra palabra valga; basura infrahumana –el guardia caminó hacia su escritorio– con todo el dinero que le he dado, ya nunca más tendrá que preocuparse por nada, dedíquese a ser feliz, o haga lo que quiera, a mi me importa poco, el resto del crédito se lo daré cuando haya completado la misión. ¡Sálgase! ¡Ya no tolero esto! –Y añadió sin mirarla, como quien siente una repulsión lastimosa– Huele a porquería…

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