Frutillas en la noche

Dormirse a las cuatro es pasar por varias etapas, en la primera debes resistir a todo aquél que te quiera molestar, ya sea directa o indirectamente. Te distrae tu progenitora, tu tía, el teléfono y quien quiera que te rodee, por eso existen las puertas y deben permanecer cerradas en tanto que el estudiante se encuentre iniciando su viaje al interior del insomnio; no contestar el teléfono, a menos de que sea alguien deseado quien te llama, y sí lo hay (sonrío), pero en ese caso el suplicio noctámbulo se te aparece como musa con frutillas en canasta...
Despúes los menos raros de la casa se van a dormir, y crees que ya eres libre de todo distractor, pero esa es la segunda hora, tomar en cuenta que las horas de la noche NO se miden en sesenta minutos, es la hora más larga y difícil, si se halla en ella la victoria, se llega a ser dueño y señor del dolor matutino de abandonar la almohada, pero mientras tanto, el sonido del sonámbulo o del supuesto desvelado, te estremece; cabeceas sobre Zama, de Antonio di Benedetto, o babeas sobre la novela que estés leyendo, no cabe en tu mente la idea de tener que hacer todavía un cuento, arreglar un poema y esccribir monólogo y retrato; este momento más doloroso, es ciertamente solitario, porque la musa frutilla se ha ido a la cama (y ni en tu casa, más bien en la suya, muy lejos), y sabes que el frío ya no te mantiene despierto, entonces duermes cinco minutos que pueden ser mortales, que pueden reirse de ti cuando despiertes a las seis de la mañana, o los superas para despertar creyendo haber dormido quince y no cinco, con la victoria en tus mejillas.
Ya estás dentro de las profundidades del dolor, conoces tu paradigma y lo aprovechas para el mal, seguir privando a tu cuerpo del sueño; comienzas las próximas tareas con los vagos recuerdos del aroma a frutillas (o en mi caso no de frutillas, sino de canela, tomillo y clavo), su ausencia te incita a escribir un ensueño que después, en la mañana, será corregido con pluma sobre el texto impreso, pero la noche es tibia aún a los ocho grados porque ya no sientes nada, solo persiste el impulso mental de seguir escribiendo, tu cuerpo enjuto sobre la silla, vampiro al sol, y tus manos teclean, tecleando, teclean el transitar imáginativo; ya no hay falsos nocturnos, has superado a todos y eres el mago de tu noche, ya mañana se podrá discutir el tema con dolor durante el desayuno, pero tus ojeras te llamarán triunfante, aunque todavía te falta terminar alguna tarea. Pero escribes en el blog para inspirarte, notas que el tiempo se marchita como una flor arrancada y puesta sobre el pavimento.
Lo mejor es la hora del sueño, te acuesas pensando que dormirás más de dos horas, a salvo del frío por algo más pesado que tu adormecimiento. Escondes la cara bajo la cobija. Cierras los ojos. Los abres. Ya es de mañana.

2 esencias más:

MoiZés AZÄÑA dijo...

Señorita con calzón y avainillada, cuando el insomnio asome a su cama, mándese una patada. Lo siento, a veces la estupidez derrota con una pericia inigualable al no sueño. Abrazos.

AZAÑA ORTEGA

Rodrigo Garva dijo...

¡Ánimo!

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